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sábado, 12 de octubre de 2019

Un buen día en el monte


Era un día frío en algún lugar de la montaña Asturiana, apenas había amanecido pero ya estaba dispuesto a comenzar mi aventura con una niebla densa que no invitaba, precisamente, a salir a explorar.


Apenas veo nada al comienzo del umbrío trayecto, pero el canto de los pájaros me recuerda que hay animales a mi alrededor y muy cerca.


A medida que voy subiendo, la niebla se hace menos espesa y por fin… !!Pude ver mi primer animal!!



Era un Escribano montesino, Emberiza cia. Seguramente uno de los muchos animales que me escrutaban desde la espesura.
Este pajarín habita sierras y cordilleras de la península durante todo el año.


Con los ánimos cargados me voy fijando en el paisaje, preguntándome la cantidad de vida que se me escapa a la vista. ¿Cuantas especies de mamíferos, de aves, de reptiles... hay en ese bosque?¿Habrá algún oso… lobo… aún quedan urogallos? 


Avanzando entre preguntas consigo distinguir algo entre la niebla.



Era un Rebeco, Rupicapra pyrenaica parva. Llevaba viendo ese busto fantasmagórico entre la niebla un buen rato, pero no llegaba a distinguir nada. 


Tras este avistamiento decido esperar entre las peñas, a ver si veía alguna otra cosa interesante.

Y tras unos 35 minutos de espera… ¡¡PREMIO!! Un Roquero rojo, Monticola saxatilis, un ave de exclusiva de montaña que nos visita desde febrero hasta finales de septiembre con el propósito de criar, seguramente tendría el nido cerca.



A media mañana la niebla ya era historia, dejando paso a un cielo azul con nubes dispersas.



Y con cara de buen tiempo, decido subir un poco más… por lo menos para ver más paisaje.




Encuentro algunos neveros dispersos por la montaña.


A los animales les encanta revolcarse sobre estos, no solo para regular su temperatura en los días cálidos, también para ocultar su olor y desparasitarse.


De repente, localizo dos rebecos corriendo por las alturas. Es increíble ver por donde se meten, como saltan, la agilidad que tienen. Están como cabras...



Estaban tan concentrados en su juego que pasaron a escasos metros de donde me encontraba.




Y al final conseguí sacar esta fotografía de la que me siento orgulloso.


Me pareció increíble como saltaban rocas de más de 10 metros de altura como si nada.

Tras sacar esta foto y con los rebecos ya perdidos por las montañas baje al coche.



Ya había dejado la mochila en el coche y cuando me disponía a entrar… veo algo… un último regalo para la vista… y para mi cámara... 


La reina, el temor de los cielos, el Águila real, Aquila chrysaetos. Con una envergadura de unos dos metros es capaz de cazar esbardos (crías de oso), lobeznos, crías de ungulados (ciervos, corzos, rebecos…) incluso zorros adultos. En definitiva, uno de los mayores depredadores de la península.


Las manchas blancas debajo de las alas, revelan que es un ejemplar joven de unos 3 o 4 años, siendo estas, características de la especie.


Estas, le recuerdan a mi padre a los “Zeros” japoneses de la segunda guerra mundial.


Impasible ante mi mirada simplemente siguió subiendo hasta perderla por los cielos.


¡Esto no me la esperaba, no es un animal fácil de ver!


Y con esta última sorpresa termina un buen día en el monte.

4 comentarios:

  1. Me gusta tu enfoque de la publicación, compartiendo tu salida a la naturaleza y dando voz a aquello que visualizaste. Vas describiendo las cosas como cuando yo salgo al monte y las voy viviendo.

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  2. Buena prosa, acorde con las imágenes que en algunos casos son excepcionales (como con los rebecos o con el aguila imperial)

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  3. Muchas gracias me alegro que guste!! Lo único que es aguila real 😉

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